Estaba el buen Jesús, el milagroso
haciendo con sus hombres oración,
Zaqueo lo seguía silencioso
trepado en un arbusto cual gibón.
Zaqueo era un avaro vanidoso,
un gordo pequeñuelo y juguetón,
un tímido aldeano algo jocoso
con aires de ser fiel y bonachón.
Jesús se dirigió con simpatía
al hombre que trepado allí seguía:
¡Bajad que en vuestra casa os voy a ver!
y así lo acompañó hasta su aposento…
Zaqueo se moría de contento
y no se lo podía ni creer.