GuillermoO

A Pasolini

Qué muerte inmerecida,

Pier Paolo;

qué forma de fundirte entre las cosas.

Vos que volabas, y era tu compañero

la luna.

Cuando la luz

temblaba en tu conciencia

cada muchacho hambriento

te calmaba el hambre,

cada cuerpo caliente

te daba la mano,

y marchabas hacia arriba o hacia abajo,

no sé, 

mirando la pupila de los niños.

Te elevaban como ángel

y proyectabas tu vida 

a cada comienzo de la aventura.

Descansas

con una palabra en la cabeza,

con una flor en la mano, 

con una paloma enmudecida

en cada oreja.

Mas allá los que amaste 

te dicen adiós,

y sollozas, tal vez desconsolado

al ver tanta tristeza

al borde de los amigos fieles.

 

Estabas escribiendo un viejo manual

de palabras, de actos, de recuerdos,

que quedó inconcluso.

Allí se adivinaban

los ecos de murciélagos, de arañas,

de redondas y estallantes flores.

Cuando te llamaron para trazar

el penoso poema de la muerte

caminabas descalzo entre los pétalos,

entre las ortigas,

y no dijiste adiós;

tu voz salió sangrante y espumosa

por una herida negra,

y tambaleante quedó fija

en la conciencia de los hombres vivos.

 

Ahora todo quedó mudo.

Bajas al fondo de tu tumba

y llevas

una poción de magia,

de sábanas inquietas,

de manzanas azules ante la inquietud del sol.

El viento te saluda,

los colores de Roma

borran tus tormentos,

mas tu sonrisa

mira el espejo de la vida.

Y se refleja. 

 

GuillermoO 

 

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