Qué muerte inmerecida,
Pier Paolo;
qué forma de fundirte entre las cosas.
Vos que volabas, y era tu compañero
la luna.
Cuando la luz
temblaba en tu conciencia
cada muchacho hambriento
te calmaba el hambre,
cada cuerpo caliente
te daba la mano,
y marchabas hacia arriba o hacia abajo,
no sé,
mirando la pupila de los niños.
Te elevaban como ángel
y proyectabas tu vida
a cada comienzo de la aventura.
Descansas
con una palabra en la cabeza,
con una flor en la mano,
con una paloma enmudecida
en cada oreja.
Mas allá los que amaste
te dicen adiós,
y sollozas, tal vez desconsolado
al ver tanta tristeza
al borde de los amigos fieles.
Estabas escribiendo un viejo manual
de palabras, de actos, de recuerdos,
que quedó inconcluso.
Allí se adivinaban
los ecos de murciélagos, de arañas,
de redondas y estallantes flores.
Cuando te llamaron para trazar
el penoso poema de la muerte
caminabas descalzo entre los pétalos,
entre las ortigas,
y no dijiste adiós;
tu voz salió sangrante y espumosa
por una herida negra,
y tambaleante quedó fija
en la conciencia de los hombres vivos.
Ahora todo quedó mudo.
Bajas al fondo de tu tumba
y llevas
una poción de magia,
de sábanas inquietas,
de manzanas azules ante la inquietud del sol.
El viento te saluda,
los colores de Roma
borran tus tormentos,
mas tu sonrisa
mira el espejo de la vida.
Y se refleja.
GuillermoO
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