Sentada, en el bar del hotel Palace, la dama miraba vestida de rojo, la nada por el ventanal.
Promediaba el año catorce en París, ese verano luminoso acentuaba con su luz, la natural belleza de Margot Mouthounette, “´L´indie”, como le decían por su origen argentino.
Hija de un ingeniero francés, que fue a la Argentina con la empresa ferroviaria.
No habiendo llegado a los veinte, se enamoró de Fernando un emprendedor que se iniciaba en la industria textil, en su país.
Fueron tiempos de acelerado amor, con viajes por Europa y una vida de lujos. De ellos nació una hija, que fueron acomodando a sus posibilidades, por lo general internada en monasterios de Francia y España.
En ese año de plena guerra europea, Fernando había tenido que regresar a la Argentina, pues sus telas tenían gran demanda, tanto en Inglaterra como en Alemania.
Dejó a Margot y su pequeña hija de cuatro años en París, alojadas en el hotel.
Puntualmente, llegaban los giros desde Argentina. Por esos años dependía de los barcos que la correspondencia llegara, seguramente uno y otro también, fueron hundidos y el dinero no llegaba.
Margot, hizo valer su condición de señora y cuando ello no soportó más dilaciones comenzó a vender sus joyas. Con eso vivió unos meses, mientras los giros no llegaban.
El frio invernal, se acercaba y la escasez había tocado fondo, sin amigos para recurrir
Margot, en ese atardecer, bajó al bar del hotel, vestida con gran elegancia que aunada a la natural belleza, hacia que su presencia se transformara en el centro de la escena.
Había dejado a la niña con la nurse, seguramente para no tener dificultades a su propósito. Ella sabía, que a esa hora, el gerente del hotel, tomaba un café, en una mesa cercana.
Margot había pedido un té con masas, como si la vida fuese lo mejor que le estaba pasando.
Miraba por la vidriera y como si la casualidad actuara, giraba la cabeza, encontrándose con el gerente, que recién se ubicaba en la otra mesa.
Eran épocas de galanterías y Pierre Gallón el gerente, se conducía con ampulosa cordialidad. Levantandosé fue a saludar a Margot, ella rápidamente, le pidió que la acompañase, cosa que Pierre conformó haciéndose servir en la mesa de Margot.
No sabiendo qué decir, Pierre Gallón, le pregunta por la niña.
– Ha bajado sola y la...--, envarado por su falta de memoria no pudo terminar la frase.
– Amalia…, Amalia, se llama mi niña, se ha quedado con la nurse en nuestro cuarto-- ,le contestó condescendiente Margot, mirándole como solo ella sabía hacerlo, mientras se llevaba la taza de té a los labios.
--Estimado Gallón, debo confesarle, que estoy en imperdonables apuros. Como ya sabe, por la guerra no están llegando los giros postales de mi esposo, desde Argentina-- .
Gallón, mientras mordisqueaba un Croissant, asentía con la cabeza, entrecerrando los ojos.
Tras un sorbo de café, hace un silencio y comienza con un – Madame, usted sabe de mi caballerosa comprensión, pero yo solo soy un empleado jerarquizado del hotel. No podría sostener en el tiempo, su situación--.
Margot, con altiva dignidad, deja la taza y mirando a los ojos del gerente, se queda observándolo sin decir palabra, como si esperase una solución por parte de Gallón.
Pierre Gallón, comenzaba a sentirse incómodo, sabiendo que esa mujer, estaba superando sus posibilidades de negociación. Él no podía…, era un hombre casado y todos se enterarían…, imposible.
– ¡Imposible!--, casi grita Gallón en medio de una cara rubicunda, avergonzado de sus propios pensamientos.
Margot, nuevamente toma la taza y tras un pequeño sorbo de té, quizá dándose cuenta de la situación de ese pobre hombre, le dice – Mi querido Pierre, creo que usted confunde algunas cosas, soy una señora y jamás plantearía una situación como esa, menos con usted…, un caballero casado –.
– Señora, nunca me atrevería a tal cosa, a pesar de la increíble belleza de una mujer que respeto, solo deseo ayudarla en esta situación desgraciada. ¿Usted no cuenta con relaciones en París, que puedan auxiliarla?--
– No monsieur Gallón, no cuento con nadie, tanto que usted, es la persona que, con más respeto puedo acudir--.
Hubo un gran silencio, como un abismo en el que Margot temió caer, la mano se aferraba con desesperación a la taza de té. Monsieur Gallón, masticaba al infinito el último bocado de croissant, mirando por la vidriera, sin pudor, el hermoso reflejo de Madame Mouthounette.
Fueron siglos de pensamientos caóticos que se invalidaban unos a otros, hasta que deglutiendo rápidamente, Gallón amenaza decir algo, fijando la vista en Margot.
– Madame, se me ha ocurrido algo que puede beneficiarla. En la gala del último sábado usted ha cantado acompañada por el pianista, de manera exquisita, ¡ que talento!, le propongo, que usted amenice la velada que tendremos esta noche, en el hotel, su cachet será suficiente, para solventar la estadía en nuestro hotel--.
Margot, escuchaba absorta, la disertación de monsieur Gallón, no podía articular palabra. Quería agradecer, pero un inexpresivo silencio se adueñó de ella.
Gallón, calló esperando las palabras de ella, pero todo se detuvo por largos instantes.
Desesperado y temiendo haber incomodado con su oferta, Gallón reafirmó casi en agudo falsete, – La estadía más sus gastos habituales. –
--¡ Si, monsieur Gallón…, le agradezco su ayuda, que sabré honrar!--.
– Me colma de felicidad madame Margot, haga los arreglos con el pianista –
Dicho esto, Gallón se retiró, según dijo a sus menesteres, visiblemente emocionado, por la situación vivida y por no haber trasgredido las pequeñas cosas que lo unían a la realidad.
Esa noche Margot, vestida de negro y encajes, se levantó de su mesa y de la mano de Gallón, subió al pequeño escenario del comedor, donde el pianista, un joven delgado
y renegrida cabellera, le sonrió con la elegancia de un fino bigote.
Las canciones, desde arias clásicas, hasta románticas canciones de amor, llegaron al público, que lentamente dejaba sus conversaciones de sobremesa, absortos por la belleza del espectáculo.
Gallón, retirado, casi en las penumbras, la observaba cantar. Admiraba el porte, la piel cetrina que la hacía parecer árabe, el largo cuello sin los brillos de las joyas que había
vendido, lucía sensual y perdía en sus pensamientos al diletante Gallón.
Él lo sabía, estaba enamorado, perdidamente enamorado de la L´indie, pero absolutamente, debía ignorarlo.
Margot, anuncia su última canción, un tango-vals, “secreto de amor”.
En la penumbra, los ojos de Gallón, se cierran para que no los viesen brillar.