En el ajetreo diario de la vida
y en el infinito interno de la mente
se pierden tantas horas
que terminan siendo incoherentes.
Sin detenerse a pensar
para calmar las aguas turbias
del océano que se mueve violentamente
en la desolada idea olvidada
en el fondo del subconsciente.
Y plasmar sobre el papel el fruto
por fin maduro
de aquel árbol que regamos a diario
con tanto apuro.