Te acercas, me tocas, me besas, me cuidas de la injuria;
pero luego de un tiempo y sobre todo en mis tempestades, me huyes.
Entonces recuerdo, como la poesía no es de uno sino de quien lo hace inspirar,
allá te dejaré en el aire -ahora purificado por tu benevolencia- mis besos y mi loca sed, loca sed de tenerte.
Hasta que algún día –no muy lejano, quiero decir-,
te echo mi piel encima desde la lejanía de mi mente
a la cercanía de nuestras bocas.