Quizás si me quedo quieta
después de tanta corrida,
me encontraría una silla
donde me pueda sentar
a descansar aburrida
el cuerpo viejo y vencido
sin que me de la nostalgia
de ver tanta cosa antigua
cuando me pongo a pensar
con serenidad tranquila
mi futuro y mi salud
saliendo cana mañana
ayudando a la familia
que después me come cruda
si no hago lo que pidan.
Quizás cuanto me hace falta
el saber lo que me queda
de cada momento diario
que encuentro si me distraigo
escribiendo sin parar
con computadoras negras,
cuando me quedo dormida
en la mitad de la tarde
delante del escritorio
con los cajones repletos
de documentos sin fin,
si hago siesta en la oficina
mientras digiero el almuerzo
como víbora enroscada
en el árbol de la esquina.
Quizás cuántos que me odian,
que me quieren o se asustan
de mi presencia estorbante
que calcula los centavos
que cada uno recibe
a cambio de su trabajo,
distracciones infinitas,
deficiencias y esplendores
de la vida cotidiana
que perciben injusticias
resueltas bajo la vista
de los gerentes de turno
en reuniones secretas
misteriosas, ostentosas,
generosas y discretas.