Frío siente el alma
de un corazón herido;
helado está el cuerpo
del que tenéis por amigo.
Su voz se pierde en el fango
de un turbio oído;
sus noches no están serenas
porque se siente abatido.
Contempla la oscuridad
de un sol ya partido,
ensuciado por el lodo
y preso en su camino.
Seca lleva su garganta
de ser lo que ha sido;
húmeda lleva su frente
de sudor amargo y querido.
Sus ojos lloran sin lágrimas
porque las ha perdido
buscando a su amada
entre los trenes y el ruido.
No le miréis con lástima
porque le sintáis abatido,
llamadle por su nombre
aunque ya no tenga sentido.
Ahí, sentado en cualquier parque,
tenéis a vuestro amigo,
con los ojos hundidos
y el alma en un desastre.