Es refugio vedado a los cobardes,
húmedo y, a la vez, acogedor,
donde mueres un poco, sin dolor;
donde no te consumes, pero ardes.
Allí no valen nada los alardes
de omnipotencia fálica, y mejor
será si no te adentras con temor;
y en salir no te afanes -ni te tardes -.
No a cualquiera se abre su dulzura
envuelta en suaves pliegues; solo a un loco,
feliz de abandonarse a su locura.
Mi saber sobre el tema es más bien poco,
pero si accedo al sitio, con ternura,
sentiré que, sin duda, el cielo toco.