Qué fue de aquel tiempo, de aquellos días en que solíamos pasear unidos, paso con paso, codo con codo, aliento con aliento...
Vago sola y los latidos del corazón se me van clavando en cada árbol de estos jardines que solíamos frecuentar; van buscando corazones a los que cambiar las letras. Dejar huella... dejar huella...
Necesito el bálsamo de tu manos en mi alma, la flecha certera de tu mirada en mis pupilas y tu ternura en la comisura de mis labios.
No quiero olvidar en ningún recodo de las veredas el profundo olor a salvia que nos envolvía al salirnos de ellas. Nos abrazábamos... dejábamos huella...
No quiero que se ahogue este amor, que no se olvide jamás en el fondo de los estanques que solíamos bordear.
Mis besos se van posando sobre las hojas que flotan quietas y silenciosas. Echo una moneda. Mi deseo se expande en ondas que se alejan. Dejar huella... dejar huella...
Cuando vengas, busca mis huellas, deja tu marca y así yo sabré que anduviste sobre ellas, que me sigues queriendo, que me quieres de veras, que nos seguimos juntando en estos estanques, en aquellas praderas, en el ruido de las horas y en la quietud de las estrellas, que yo estoy en ti y que en tu corazón quedó la huella de este amor que no se apaga aunque se sequen las aguas y se borren las veredas.