Los ídolos tenían que caer, qué se podía esperar de ellos.
Son seres egoístas, caprichosos, autoritarios, vanidosos.
Rechazan la competencia y explotan todas las prerrogativas
otorgadas por quienes los endiosan.
Qué nos podrían inculcar los dioses con pies de barro
(es el sueño de Nabucodonosor revisitado).
Incautos nosotros por divinizarlos,
por obedecerles irracionalmente.
Pero si los dioses del Olimpo y del Parnaso han eclipsado
muchos siglos ha.
Y sin embargo les somos fieles hasta la estulticia.
Ellos se equivocan, proclaman absurdidades
pero, deslumbrados, continuamos adorándolos.
El ídolo político, el artístico, el deportivo, el intelectual,
el religioso, son seres imperfectos y vacuos,
como cualquier hijo de vecino.
Aun así subyugan a una sarta de fanáticos seguidores
aprovechando su vulnerabilidad, su desplazamiento
del sistema.
Tiempos de iconoclasia; nadie cree en nadie.
Nadie es inalterablemente leal.
Se culpa al posmodernismo, al relativismo, al fin de las ideologías.
Lo cierto es que los que nos fallaron fueron ellos.
Por qué deberíamos tener ídolos. Acaso no podemos conducirnos
motu proprio.
Si fuésemos maduros, sí.
Pero pareciera que hay muchos inmaduros que necesitan
un gurú que los guíe, vigile y, eventualmente, los castigue.
La idolatría es propia de pueblos primitivos,
por qué y para qué perpetuarla en la actualidad.
Ya no los salva ni su elocuencia propagandística
ni sus dádivas populistas.
Los héroes han defeccionado. Nos dejaron solos.
Si piensan volver que no cuenten conmigo.
Supuestos dioses cien por ciento humanos. Por lo tanto, finitos,
condicionados, incoherentes, frívolos, obscenos.
La historia más contemporánea ha sido el relato de los incumplimientos
de los divos mediáticos.
Aquellos que día tras día nos sermonean
desde los medios; sus plataformas preferidas.
Los vemos desmoronarse ruidosamente cada temporada.
Que caigan los ídolos no es importante. Mucho peor
es la desolación y la desesperanza
de sus prosélitos más exaltados.
Perdieron su base de sustentación.
Han quedado huérfanos y desamparados.
Qué va a ser de ellos ahora. Su ingenuidad es increíble.
Aceptaron inocentemente
cada una de las falsas expectativas.
Lo que preocupa, repito, es la decepción sufrida por sus adictos.
Es duro idolatrar a alguien que luego demuestra
sus limitaciones y sus miserias.
Que termina revelándose no como un semidios
sino como un ser humano del montón.
Vaya para ellos, quienes se obnubilaron con los fulgores temporales
de los fetiches prosaicos;
mi más sincero y profundo pesar.