Que magia tiende el atardecer cuando el sol posa los rayos horizontales sobre el manto verde/amarillento de otoño en la pampa.
Es como que las preocupaciones van a descansar y eligen un lugar para posarse y entregarse sin pudores o miedos.
Y aparece ella.
A veces de cuerpo entero, otras, por partes indivisibles, pero limitadas por las visiones pasajeras.
Ella que aparece caminando con el mate en la mano, y las flores que ha juntado mientras buscaba el horizonte la llegada del dueño de sus desvelos. Ella, mirando el horizonte con sus ojos mansos bañados de olvidos.
Ella, con su boca entreabierta en una sonrisa inocente, o en un beso mordido.
Ella, con su gesto sumiso, y sus manos abiertas, al trabajo curtido.
Ella.
Ella rozando mis muslos en un caminar parejo, o en una cama revuelta cuando el amor se ha dormido.
Ella, Con su cintura desnuda bajo una camisa atada en dos jirones de seda.
Ella con su hechizo salvaje, en una tarde cualquiera. O con sus labios apenas susurrando mi nombre, como escapando de un nido.
Ella, que espera cada atardecer a que el sol me traiga de vuelta y que lee mis ojos, o escucha mis silencios de sentir oprimido. Con flores entre los dedos, con una taza de café, o un vaso de vino frió. O un beso que sabe a amor, a destino.
Ella que todo lo sabe, todo lo intuye, todo lo ha vencido.
Ella, que al caer del roció en una noche sureña, me rodea con sus brazos, quedándose quieta en el hueco de mi cuello, junto al hombre dormido…. Ella….la de los pies descalzos, la de un sueño tardío….