Sobre tu piel de grisáceo color
y de rustica y cruda apariencia,
cultivabas granos de inocencia,
donde deshojaba pétalos la flor.
Donde se escudriñan las miradas
y risas perdidas, por el deambular
del eco de los zapatos al pasar,
sobre el grüeso concreto de tu faz.
Ahí pasa ligero el andar turbado,
entre tus brazos aüsteros sin par,
y el viento, va, remolinea sin dudar,
y se lleva sonidos al pasado.
Esos que dejas escapar del alma,
si; tu alma fría, cubierta de sombras,
que con el paso del tiempo la nombras,
y quieres la escuche alguien con calma.
Recoges las migajas de alegrías,
que se esparcen por el aire sin cesar,
cuando palomas comienzan a volar,
y pintan con vida tus agonías.