Viniendo de Jerusalén,
aquel hombre fue asaltado,
iba rumbo a Jericó,
cuando fue interceptado.
Le fueron robado sus bienes,
sin piedad, lo golpearon,
mal herido casi muerto,
ahí mismo lo dejaron.
Un sacerdote descendía,
pasando por aquel lugar,
y al hombre en desdicha,
no fue digno de ayudar.
Un levita se aproximó
a donde estaba tirado,
mirándolo pasó de lejos,
se marchó despreocupado.
Pero un samaritano,
por el camino pasó,
movido a misericordia,
a aquel hombre ayudó.
Él le vendó las heridas
las limpio con aceite y vino,
no lo dejó tirado,
como otros en el camino.
Lo cargó en su caballo,
para llevarlo a un mesón,
lugar donde ese día,
le dio cuido y atención.
Al mesonero dos denarios,
le puso en sus manos,
¡cuídame al herido!,
le pidió el samaritano.
Y todos los gastos de más,
que incurra en sus cuidados,
al regreso de mi viaje,
por mi le serán pagados.
El buen samaritano,
es el reflejo de amor,
aquel que tiende su mano,
entre desdicha y dolor.
¡Como a nosotros mismos!
al prójimo hay que amar,
Jesús, en Lucas diez treinta,
eso nos vino a enseñar.
J.Moscoso.
Derechos de autor reservados.
José Antonio Moscoso Vega.
Costa Rica, Puntarenas Corredores.
25 de mayo 2017.