De nada me sirve el fugaz calendario,
si no recuerdo de cada día lo pasado,
si fui yo el que amó o fue amado,
o si fue aquello anodino o extraordinario.
Si gozé del sexo espontáneo,
o si rompí el triste ayuno sexual,
no deseado, logrando por un jornal,
solo un mero placer sucedáneo.
Somos como la encina,
que en su arrugada corteza,
muestra indeleble la huella.
En nuestro rostro culmina,
su labor la naturaleza,
se acabó la buena estrella.