Había que decirle
de alguna manera
que se le quería;
su rostro era sereno,
fija su mirada
más había en ella
soledad, cansancio
y tristeza.
Le cedí el asiento
venciendo mi egoísmo
y antes de llegar
al lugar de bajada
el destino quiso
que unos segundos
nos miraramos de fijo;
incrédula dudó de mi cortesía;
dibujé mi mejor sonrisa
y mi mejor mirada;
sabía que probablemente
era la primera y última vez
que le vería;
bajamos en la misma esquina,
como dama bajó primero,
bajé después,
volteó a verme y sonreímos;
ella se encaminó al norte
y yo me encaminé al sur.