Ya no amanece,
no amanezco saboreando
los terribles labios del verso.
Ahora mis días pescan desdichados
algún sol en la noche ciega.
El hambre se ha hecho crónica,
mi corazon es del tamaño del metal y
zigzaguea entre las manos de un callado reloj.
¿En qué mar?¿En cuál boca se
habrán posado mis versos?
Los últimos aliados de mis manos,
la sangre que impulsaba mi sangre hacia mis miembros.
¿Cómo encontrarlos en la muchedumbre vacía
si marcha sola con sus múltiples ojos
clavados en el suelo?
¿Habrá esperanza para este poeta y sus versos inconversos?
Aún alcanza la noche
para decapitar la copa repleta de pisco.
Yace mi cuerpo a oscuras
de espaldas a la luz del día
manoseando la última gota de luz
en la huella que me heredó
aquel primigenio verso cantado a un amor borracho.