Era tierna
aquella sagrada forma de tocarnos,
hasta el último astro,
toda comisura y todo sitio.
Tuve una mujer y me la comía a gajos.
Era un hombre normal,
cada segundo de su huida me fui enaneciendo,
pero hasta allí normal.
Te lo cuento, amigo Jaime,
mientras me tiembla la letra,
su nombre esta en mi boca,
abandonado, inmóvil, desolado,
cansado de hacer grietas en el alba,
gozando del exilio,
¿de que sirve un nombre sin sonido?
Necesito que me des la pista
para morirme de este amor.
Tu que entiendes como nos deshacemos del hastío
con letras temblorosas.
Tu sabes que soy un Sabinesco ensalivado,
un gnomo con la garganta llena de tu prosa,
un eslabón mas a tu cadena de poetas pequeños.
Dame otro verso como sal en mis heridas,
desangrarme hasta caer muerto de risa.
Tu poesía hiede, afecta,
como agua de rosas,
como cadáver de alguien muy querido.
Me imagino tu libro enterrado,
diría el epitafio:
Aquí yace un diploma a la mejor mentira,
un pasaporte a mi mas fiel debilidad, el dolor en prosa,
Aquí vive un libro de Sabines, vivos,
vengan a rezarle cuando la nostalgia.