Y se volvió loco...
Ingresó al teatro
y salió como un enfermo.
Desde mi butaca
le observé ser maquillado,
cómo lo vestían
para salir a la escena;
pero no hice nada
-y esto lo lamento-
por prevenirle del mal
que le avecinaba.
Él nos siguió el juego,
y fingió por largos ratos
ser un personaje más
de nuestro entramado...
¡De ser un espectador
pasó a ser un personaje
sin previo aviso de nada!
Fingió- y qué bien lo hizo-
hasta que la víctima
le confesó todo:
que iban a matarla en el próximo acto
Sin ninguna precaución,
habiendo llegado
a disfrutar del absurdo
(el teatro no es más que un pacto
amable con el absurdo)
se veía envuelto en la encrucijada
de romper con su papel,
y gritar a plena voz
lo que ella le dijo al oído: que iban
a matarla pronto.
Pero calló, para mal
de todos nosotros.
Y corrió, corrió muy lejos,
muy lejos de todos
cuando llegó el indeseado acto
hasta perderse en un bosque
(el que todos conocemos)
donde la silueta
del absurdo amenazaba
hacia todas partes...
Una vez que concluyó
aquel drama fuimos rápido a buscarle:
estaba irreconocible.
Pobre amigo mío.
Pobre de nosotros que urdimos la trama
por nuestro hermano y amigo.
Se volvió completamente loco,
como quien no sabe
que papel desempeñar.
Así tampoco nosotros
no sabemos qué papel desempeñar