Todo lo que he amado es tan anciano:
se deshace si mis manos lo cobijan,
se desintegra si mi recuerdo lo contempla,
se traiciona si mis labios lo recitan.
Todo lo que es anciano suena al aire que mantenías cuando dormías,
liberándolo con tus duras penas.
Hoy apenas recuerdo las aguas donde reclamabas a tus muertos;
atisbo a adivinar la marea que te hizo mascullar como demonio,
como reyecito que ve perder su guerra
desde las murallas de su angustia.
Yo te amaba como un cascabel atado a tu cuello,
un tanto molestándote, como agregándome a tu dolor más que calmándolo.
Yo te amaba hasta el punto de borrarme y llevarme conmigo mi propia ausencia,
esa densa neblina en mi silencio que luego buscabas para consolarte.
Yo te amé y me dolió ese presente-niño, siempre gimoteando.
¿Quién hubiera adivinado que al no poder evocarlo, lo añoraría?