Era de noche, cerca del puerto,
una sombra furtiva caminaba,
ágil como el viento
su paso apresuraba,
era una mujer de cierto,
pués su perfume la delataba.
Iba a un amoroso encuentro con su amante que la esperaba
dentro una nave acoderada
en aquel muelle desierto.
Él la esperaba ansioso,
a lo lejos la vió llegar,
ella a sus brazos se lanzó
en gozo,
y rápidamente se hicieron
a la mar.
Lentamente se apartaban
de la orilla,
veían a lo lejos las luces desvanecerce,
se escuchaba sólo el rumor
de las olas sobre la quilla.
A cierto punto se detuvo,
liberando el ancla,
pués el deseo más pudo
y corrió a besarla.
Se besaron con fervientes ganas
en la proa de la nave,
la luna miraba lejana
esa lujuria mundana,
sólo ella sabe lo que esos
labios saboreaban.
Las olas cual nodrizas
mecían la nave como una cuna,
que contenía el amor
recién nacido,
amor de amantes,
tranquilo y sin prisas.
Ella desnuda ante él ,
parecía una Nereida del mar profundo,
se deslizó en su piel
para mostrar los misterios
de su cuerpo y su mundo.
Él a su cuerpo se asió ,
como si fuera su último respiro
con dulzura la amó,
en éxtasis quedaron sumidos
aquella noche los dos.
Las estrellas, faroles perdidos
en cielo oscuro,
veían ese cuadro atrevido
de un amor puro,
que vivió el presente
y no tendrá futuro.
¡Pués serán siempre amantes,
eso es seguro!