En esta hora tardía,
qué decirte, madre mía,
si ni con voz más potente,
tu fuerza ya tan carente,
de vigor armar podría.
Para mí es una tortura,
acompañarte sin cura,
en este dolor postrero,
pues quieto, soy yo quien muero,
viendo tu débil figura.
La mirada busco y creo
que, aunque abiertos te los veo,
tus ojos quieren llamarme:
—Juanito, voy a marcharme,
¿dónde estáis que ya no os veo?
—Aquí «madona», contigo—
y a pesar que te lo digo,
la ausencia sigue presente,
mas no es porque yo no intente,
que otra vez rías conmigo.
Calma, tranquila Victoria,
que aunque se fue tu memoria,
nosotros aquí seguimos,
y esperando, más sufrimos,
viendo el final de tu historia.
Por eso a Dios solo pido,
que con lo que has padecido,
alivie ya tus dolores,
que los nuestros son peores
esperando lo temido.