¡Silencio! ¡Silencio!
Que murió Jesús en la cruz.
Entregado a los romanos por un Judas traicionero,
que a su maestro vendió por un poco de dinero.
Que fueron treinta monedas de plata
las que le dieron a ese Judas, por denunciar a Jesús.
Había dicho el señor a sus apóstoles antes de ser acusado;
de entre vosotros habrá uno que me entregará,
cuando yo me encuentre orando.
Mirábanse unos a otros y asombraron se quedaron,
sin saber cuál de entre ellos, sería el señalado.
Orando estaba Jesús cuando llegaron los soldados
y esperaron a que Judas señalara al acusado.
En la mejilla, recibió un beso Jesús,
delatándo al señalado que lo condenó a la muerte.
Y en la noche más oscura le prendieron los soldados
como él ya lo predijo, y de allí se lo llevaron
como se llevan a los presos; atado de las dos manos.
Fue humillado, condenado, y una corona
de espinas pusieron en su cabeza,
que se le hendía en sus sienes por momentos
con más fuerza. Y le manaba la sangre
de la cabeza a los pies de tanto como sufría.
Arrastrando, fue llevando el peso de una cruz
que le sirvió a los romanos para clavar a Jesús
con clavos como puñales que atravesaron su cuerpo
haciéndole padecer, hasta morir en la cruz.
Un romano despiadado
con una lanza en la mano
atravesó su costado.
Que mal pudo hacer entre los hombres Jesús;
que muriéndose en la cruz, mirando al cielo pedía
el perdón para los hombres, por no saber lo que hacían.
Menesteo
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