Nos faltaron las palabras, y en la mañana
a la luz de un dia tétricamente borroso nos besamos.
Me tomaste; poseíste con brutalidad canina mis sueños rezagados,
mis ganas de querer, mis sentidos aturdidos, amputaste de mi cuerpo tu alma adherida,
arrancaste con desmedido frenesí el cariño ingenuo que te tenía…
¡Ah qué dicha el morir entre tus brazos!
¡Que delicia fue la sencillez en nuestra despedida, sin sangre, sin mares, sin arrebatos!
Que envidia nos han de tener los dioses, al vernos de lejos sin ningún frívolo reclamo,
sin miedo, solos, encarnados en la magnífica plenitud de la fiera más despiadada
con la certeza de ser y existir sin el desmedido deber de añorar.
Y en los ojos, en el fondo de mis ojos acabaste,
exhausto de la concupiscencia miserable y banal;
Un poco muerto, cándido, húmedo, esquivo, extraño…