Esa noche la luna esperaba en el cielo, bañando con su brillo prestado los altos y solemnes pinos. Una sombra se acercó a la ventana
y con voz plañidera pronunció mi nombre. El oculto nombre que sólo conocen las constelaciones. Entre sueños, escuché tenuemente,
una y otra vez el llamado. Fui hacia el refugio de sus brazos y seguí soñando, sin desear despertar. El eco sugería un abrazo,
y le ayudé a subir el alféizar como un camino que me acercaba a las estrellas. Se encerró en una frase que escuché acongojada.
Sin fuerzas la presencia me dijo: ” Te extraño”, muy quedamente.
La sombra se escondió entre mis sábanas y la historia no tuvo fin.
Era el origen de la vida que resbalaba entre las paredes del corazón. Tan sólo dos sombras refugiándose de la soledad.
Reclamando un trocito de luna con brillo prestado para ampararse en el poema, en las palabras escondidas.
Dos fantasmas sin voz, dos desconocidos que no encuentran el olvido.—
Amalia Lateano
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