El despertar a veces se siente como un sismo en nuestras sabanas revueltas.
Nuestras ropas esparcidas sin orden lógico ni cordura, el aliento entrecortado en algún lado, buscando la noción del tiempo.
Somos como dos sobrevivientes de un sismo de pasión. De un amor incomprensible y desequilibrado.
Somos sobrevivientes de un sismo desatado en nuestro lecho prohibido, de aguas arrebatadas explotando contra las rocas, para terminar lamiendo suavemente la arena blanquecina.
Y al llegar el tiempo eterno y salobre de la despedida, llevamos en nuestra piel el feliz cansancio del amor hecho pasión, con la vaga sensación de haber sobrevivido, aunque no sepamos bien para que, siendo el paso de los años, una incomprensible acumulación del ayer.