Cierro los ojos regreso a la tierra sin dueño
aquella que ayer los guerreros sanavirones
les robaran por la fuerza a los comechingones
La suerte que adquiriera, Abraham Julios Brinkmann.
Camino sus calles preguntando del ayer
que se quedó dormido en el tiempo y la memoria,
ellas me responden con su rumor de recuerdos,
y cuentan sin rencor, del chañar y el puma ausente.
Hablan del patio donde a la sombras del quebracho
un arado de mancera se vistió de herrumbre,
de los alambrados que dividieron su espacio
aquel de cielo abierto, desterrando a sus gauchos.
Que viejas carretas cargadas de trigo y sueños
partieron hacia el horizonte rumbo al olvido.
Que Hilvanando con rieles y sudor los durmientes
alzaban sus picos los obreros de las vías.
Pasaron dicen, ciento veinticinco veranos.
que entre cuentas gastadas del sagrado rosario
se alejaron por los suaves dedos de los años
Su gente sencilla, aun nace y muere haciendo historia.