Edmundo Onofre

RETORNO

 

 

RETORNO

Llegué a mi antiguo pueblo,

a mi vieja casa que me vio nacer.

Han pasado tantos años;

pero en mi mente aún quedan

algunos vagos recuerdos,

recuerdos que hoy renacen

y como antes, los vivo...

casa pintada de natural, descolorida,

cerca de madera vestida de verdosos musgos

da la bienvenida,

ventanales antiguos que dejan entrar

de temprano los rayos orientales del sol;

techo encorvado por centenares de tejas

que van formando una a una

canaletas terracotas.

Casa familiar, longeva,

acogedora como siempre

y protegiéndola... los árboles,

ésos que ayer me cobijaron

de las inclemencias del tiempo y del calor,

y que en la temporada me regalaban sus frutos

hasta saciarme en plenitud;

hoy continúan de pie, frondosos,

regalando su sombra.

El camino empedrado aún ahí,

como testigo viviente

de las muchas veces que anduve,

fui y vine... piedras atadas a hierbas,

adheridas a tierra gredosa.

Caminé detrás de casa a revisar el parrón...

hoy con sus hojas amarillas, sus tallos viejos,

sarmentosos, hablan de su generosidad

de siempre:

cuajado de racimos jugosos,

que después fueron néctar

apetecidos por todos.

Parrón, bajo tus hojas medité tantas cosas...

refugio de tardes calurosas

que tu gentil sombra

me hizo dormir plácidamente y en paz.

Corrí hacia el fondo a ver el huerto...

surcos dibujados que desde aquí se ven perfectos,

y que aún quedan ramajes secos de cosecha.

Hacia el otro extremo, lo refrescante...

el generoso pozo que me alimentó

a cada instante con la mejor agua

que jamás he saboreado,

su mismo entablado rústico... ¡Bello hontanar!

su grueso cordón de cáñamo lleva mi vista

hasta el extremo, donde gratamente veo atado su

mismo balde de madera,

herméticamente sellado

por tanta humedad

y por la nobleza natural del moho.

El aire, el mismo,

ése que un día cabalgó a diario conmigo,

al que confié todo lo que sentía

porque pensé siempre en voz alta.

Los mismos montes dibujados a la distancia,

su color verdoso vivo tocando el cielo

y desde aquí diviso, igual que antes,

el río limpio, claro, zigzagueante.

Sobre el suelo,

el verdor del pasto fresco de siempre;

el mismo cielo, las mismas nubes...

Bello lugar que me crió,

enseñándome a ser lo que soy:

fortaleció mi cuerpo, sensibilizó mi alma,

me dio todo lo que necesitaba...

y así, sin temor,

hacerle frente a la vida.