Sentada al borde de mi vida veo la tarde fugitiva.
Deslizarce lentamente y esconderse, allá donde
mis ojos ya no pueden alcanzar, y con ella se lleva
mis nostalgias más íntimas.
Suspiro y pienso en aquel primer beso, aquel primer
abraso, aquella primera entrega.
En la que dos almas ardientes
se juraban amor eternamente.
Y sobre los dos cuerpos juntos,
la noche caía lentamente, y cobijados
por su manto, embriagados de amor
sólo escuchaba, su voz que a mi oído
murmuraba dulcemente, que me amaba
que de mi sólo él sería,
que nada ni nadie , nos separaría.
Palabras fugaces que el viento se llevaba.
Y yo guardé en mi inocencia, en clara
noche entregada aquel santo perfume
de amor y sellado con un beso
en mi recuerdo se quedó.