En el centro de la ciudad
los rostros de los transeúntes
se visten de sangre.
El costal de un hombre
pesa a sus espaldas
mientras escarba entre los desperdicios
de un enorme centro comercial.
Las historias de viejos sin dientes
se pierden entre las bocinas de los colectivos,
el murmullo de la gente
y los majestuosos cerros a sus espaldas.
La sonrisa de un niño masticando una hamburguesa
contrasta con el dolor de la mujer
que me pide una moneda en el semáforo.
El centro de la ciudad es un espejo,
es una vitrina de poco amor,
es el reflejo de la indiferencia
que se viste de traje en cómodas oficinas.
Recorro sus calles
como en busca de un tesoro,
encontrando sonrisas que me alegren,
que disfracen las penas
y me olviden del temor.
Busco entre sus edificios
llantos y risas,
arrugas y juventud,
amores y borracheras
que me lleven al lugar,
al corazón profundo
ese que late escondido
en lo más adentro que se mueve
en el centro de la ciudad.