La soledad
se me abraza al pecho,
para ello utiliza
la mitad de tú cabello.
Va mordiéndome la oreja
el silencio,
la calma que no quiero
se sienta a la mesa,
desayuna conmigo,
toma café
y me despeina.
Es rudo el día,
pasa raspándome
las manos,
decolorándome
los ojos
y la ropa,
desgastando
los filos de la risa.
Suena la alarma,
debo levantarme
y no sé para qué;
igual me levanto
pero quedándome
en la cama,
pegado al sueño
donde te besaba,
donde tus manos
volaban,
entregándome palabras,
y tus ojos, negros,
se escondían en los mios.
Otro día,
u otra noche,
no me importa saber,
el reloj es sólo un hueco vacío,
un país no cartografiado
cuando tu presencia
está llena de ausencia.