Estoy enamorado de unas tetas,
son de una morena algo mayor
las miro, las veo rectas
¡me parecen un primor!...
No se el nombre de su dueña
la veo pasar y la miro
casi suspiro, casi delíro,
parecen hechas a cincel de una peña.
Ella me saluda, me sonríe cauta,
yo, le contesto casi sin aliento
mirando sin disimulo ese proténto,
ese par de tetas, de la mulata.
Jamás las vi tan hermosas, tan bonitas,
quisiera tenerlas en mis manos
y acariciarlas, como el fruto del manzano
¡venerarlas como si fueran benditas.
No es sadísmo, no es perversión,
es buen gusto, es admiración,
la admiro con respeto, con humildad,
son sus tetas mi felicidad.
Me provoca decirle: señora, son sus tetas
dos cosas muy bellas, muy tremendas,
¡solo verlas me motiva!
Dios las cuide mientras viva.
Perdón le pido, es preciso,
recuerde usted, tenga presente,
la novela que dice...
\"sin tetas, no hay paraíso\".
Y al paraíso yo iré
si logro verlas un día
o quizás, me moriré
si persisto en mi porfía.