Entre los sollozos de mi muerte,
cuyo olor y cuyo miedo se esparcen
entre el reflejo de mi alma.
Cuyas esponjas amortiguantes,
cuyo amor es sólo eterno,
cuyo dolor es apenas un suspiro.
Invisible sangre entre invisibles llantos,
invocando a la penumbra solitaria,
entre la imponente selva insinuante
de lágrimas casi humillantes.
Cuando la luz de las gentes
yazca por fin entre las sábanas de la libertad,
entonces aullaré mil susurros
que por el día sólo serán aire.
Días donde el sol no canta,
las gentes callan.
Noches donde la oscuridad encarna,
las gentes las pestañas cierran.
Entre los mantos de las estrellas,
entre el lecho nocturno,
que invoca soledad y melancólica espuma.
Ahí hechizados descansan
cada uno de mis recuerdos.
Mis párpados, sin embargo, no callan,
que por la noche admiran el mundo,
y por el día sólo vagan dormidos.
Porque cuando el ser humano muere,
mi alma vuelve a estar viva.
Apenas cánticos vulnerables,
revelantes de inquieta libertad,
si mas no vuelan en silencio,
en mis trances encerrados marchitarán.
En mi ser parpadeante susurrarán el canto,
anhelo de vivir, de vida vibrante,
de alegría digna,
de sol interrogante.
Leve mar melancólico
asoma las entrañas de mi amor,
apartándolo de toda marea,
invocando consigo el dolor.
Ramas tristes, desoladas,
un claro cuya penumbra clausura
el lago de lágrimas
que mi corazón encierra.
Si mas las heridas, con insomnio,
río bravo de soledad,
cabalgantes de sueños invisibles,
cumbres de borrascas rotas.
Hojas perennes invocando
los versos de mi persona.
Desamparo alegre que posa,
sobre la calma que me conquista
cuando me invade el casco de estrellas.
Y qué plenitud aguarda en mí,
cuando las gentes se alejan,
cuando los ríos festejan con clamor,
cuando el destierro ya se acerca.