Resplandece solemne el infinito,
cuando elevas tus ojos hacia el cielo
se revive por ti el erial marchito,
se renueva el amor en este suelo.
Se eliminan mis horas de desvelo
cuando guardas mis ojos mientras duermo,
cuando enjugas mi llanto tras el velo
que guarece mi lecho oscuro y yermo.
Y mi cruento dolor allí lo mermo
entregado al suplicio del destino,
en mi lecho me encuentro ardido, enfermo
soportando las piedras del camino.
No suspires, no más, porque ya vino
la esperada consorte de lo inerte,
cumplir quiere su oficio clandestino:
la furtiva visita de la muerte.