Nunca olvidaremos aquella tarde que por obra del destino nos volvimos a encontrar, desde lejos nos mirábamos pero la lluvia nos impedía ver nuestras caras, hasta que lentamente y empapados por el gran aguacero, nos miramos a los ojos.
Fue como si en ese momento las agujas del tiempo se detuvieran, yo no sentía la lluvia ni mi cuerpo empapado, creo que tú tampoco, nuestros ojos se iluminaron y a los latido de nuestros corazones nuestros cuerpos poco a poco se fueron acercando.
Pero ni el viento ni la lluvia lograron detener nuestros abrazos y besos, ya no sentíamos la lluvia, solo es calor que de nuestros cuerpos emanaban convirtiendo nuestros besos en vapores al aire como las antiguas locomotoras, la lluvia se iba calentando mientras nuestros cuerpos se iban besando.
© José Cascales Muñoz
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11 de Junio 2017