Cosía todos los días,
en ocasiones aguja sobre la boca
en otras en la tela.
Tenía las manos tristes y los ojos alegres,
las horas todas ocupadas, por un plato de sopa,
algunos gritos
y esperando que alguien visitara su corazón.
Durante las noches la aguja, se quedaba en las nubes
enhebrando sueños
y buscando a sus niños,
fue a buscar pan y encontró hambre
una vez hambrienta,
seguía con la aguja entre las manos
lejos de casa, pero cerca de los suyos
pidiendo por la vida, que no era la suya sino la de ellos.
Cosía sus dedos y media sus besos
en la misma proporción que los sueños
y era capaz de organizar un baile sin nadie
y bailaba porque quería
y reía, porque era ella,
la reina de las agujas que cosía sus lloros en la almohada,
pero seguía dando a cada hilo su aguja,
a cada aguja su sueño.