Va de nuevo el caer desangrado por el beso de tus labios,
estoy muerto por el dolor en este páramo desierto
en sus arenas hirvientes me fundo con el dolor más sabio,
no hay soledad ni amor, solamente estoy aquí en el abismo,
no encuentro risas que sean medicina para curar mi ardor,
no hay un abrazo del amigo que nunca tuve, tal vez solo soñé.
Mis llagas se abren en el sabor de tu inimaginable piel.
Paredes asfixian los dones del universo que guardan mi ser,
mis pulmones no encuentran oxígeno, solo sienten azufre y fuego,
los mareos me crean ilusiones de demonios que me consumen,
las palabras de consuelo son dagas que se clavan en mi pecho,
una cama de clavos espera a que me duerma sobre ella
para acabar con la esencia de bondad que poco me queda.
Tierra gotea en mi boca atragantando mis vocablos de auxilio,
el mar que rodea el planeta se vierte en mis cuencas oculares
cegando las últimas esperanzas de divisar algo de amor
que pueda ayudar a aumentar la estancia en este subsistir;
pero caigo en un ataúd dentro del antiguo cementerio
mis amigos con sus manos entierran mi anhelo,
el más sincero de ellos arroja una rosa marchita
en honor a la traición de algún día.
Imagino un manto de flores con las más bellas especies;
algunos girasoles, claveles, tulipanes, todos de distintos tonos,
cayendo en mi sepulcro entregando algo de paz y esperanza,
pero al caer sobre mí solo siento sus espinas, de lado queda su bondad,
sé que no soy digno de tal belleza, lo han demostrado mis queridos
al enterrarme en tierra fría aún vivo.
El desenlace inicio en el día donde se planto la confianza,
los espasmos se sienten en la boca del estómago por el asco,
por todo el sentimiento que produce tal traición,
los indignados sonríen por sus trabajos,
gárgolas arrancan los ojos de mi espíritu,
el alma se rompe en su pálida ánfora.
Las palabras vuelan retumbando en el espacio.
Y vuelvo a renacer en el adiós que emana de tu boca de fuego
quedando en cenizas las ultimas malditas lágrimas,
me quedo en silencio varado en la pausa del tiempo,
sin respuestas a las preguntas que llevan a la existencia,
sin ninguna mirada que sea capaz de calmar la tortura,
me ahoga la tormenta desatada por la espalda,
por aquellos labios que resonaron un eco
que decía ya no te quiero.
Allí en la más profunda de las desolaciones
un poeta legendario declama su poesía fúnebre,
una elegía donde yo termino esparcido
en verbos y adjetivos de muerte
por el cosmos que me quiere.