Por el viejo sendero polvoriento
que conduce a la tierra del misterio,
un anciano camina a paso lento,
va cubierto de llagas, purulento,
es un muerto que marcha al cementerio.
Y no lanza jamás un improperio
ni maldice la angustia que lo apena,
va sumido en su propio cautiverio,
a la postre se queda sin criterio
y en locura después desencadena.
Lleva a cuestas su espíritu y su pena
va embebido rumiando una tristeza
y apoyando su pie sobre la arena
pretendiendo concluir con su faena
hacia el cielo levanta su cabeza.
¡Dime Dios dónde se halla tu grandeza!
¡dónde está tu poder, tu amor divino!
he vivido en la altura en la bajeza,
en la eterna escasez de la pobreza…
y tu dulce presencia no adivino…
…y entre sombras, allá en aquel camino,
una imagen borrosa ven sus ojos;
es la sombra de un justo peregrino
que ha venido a velar por su destino
y a llevarse al sepulcro sus despojos.