El rocío se desvanece
en el azul infinito,
en la sonrisa de la noche.
Mi Hija despierta,
el reflejo del ave
se hace transparente,
la tenue caricia
del amanecer,
la primavera
y sus cantos,
la voz mística,
el canto de mi Hija.
Me acostumbre:
\"Señores, ¡buenos días!,
disculpen que les robe
un minuto de su tiempo.,
mi Hija está enferma
y necesito comprarle...\"
Así de simple,
me acostumbré.
No hay espacio
para el orgullo,
la tristeza en cada frase,
el silencio,
la quietud del tiempo.
Mis manos tendidas,
sin rostros en mi mente,
sin odios,
sin resentimientos,
sin dolor,
\"...¡Gracias, y que el Señor
se los multiplique!\".
Zapatos viejos,
arroz y mantequilla,
arroz y huevo,
arroz y agua.
Un par de calcetines,
dos pantalones,
dos camisas,
pocos dientes.
Mi rostro suplicante,
¡Dios, sólo me falta
la botella de licor barato,
y dejarme arrastrar
mar adentro!
Ella, mi Hija,
no sabe nada,
no sabe de
mis zapatos sucios.
Los brotes,
las dos hojas,
el sol,
el inicio,
la cascada,
el rumor de sus gotas,
el ave en la fuente,
el jardín...,
el amor y sus recuerdos.
¡Dios, ahí estaba Ella!
tocando las flores,
acariciando el follaje
de los naranjos
de la infancia.
¡Dios, ahí fuera de la cama!
La silla de ruedas,
nube de alas mágicas,
la Biblia,
su manos blancas,
la vida empezaba.
Yo,
tan racional,
agonizando en la cruz.
Desgarrado al verla
tan desvalida,
tan pálida
con sus alas caídas.
Ella alzó su alma
y el cielo se abrió.
El jardín...,
después de tres años.
Todo estaba ahí,
como antes,
cuidé cada detalle,
sus rosas,
las que sembraron
hace tantas noches
Ella y la Madre.
Se acercó al rosal,
me miró,
su voz :
\"¡Gracias, papá!\"
Me abrazó.