Rosas María

Ella, porteña.

Yo le era indiferente... pero ella me enamoró.
Siempre adulé los paisajes impolutos, pero ella me convenció de que volviera a mirar.
Y caí en su red. Me recordaba dos por tres mi soledad, y eso hacía que me aferrara a ella.
Cuando me asía de ella sentía que era libre y esclava al mismo tiempo, de su mirada, de su tráfico anárquico, de su ruidoso silencio.
Me volví adicta a su arquitectura, a sus crónicas, a sus misterios.
Ella nunca dormía, pero no tenía ojeras. Aunque con cada luna llena tenía pesadillas.
Y sí, no es perfecta, mas de una vez la hemos llorado, mas de una vez se vuelve caótica.
Pero es la musa por excelencia de cualquier artista.
Sus luces me aturden, me elevan, y me conducen a vivir una nueva odisea al ritmo de un bandoneón.
Y debo confesarlo... sólo ella fue testigo de ese sábado junto a él, de mis lágrimas por Corrientes, de mis melodías por Florida.
Sólo ella puede contar la verdadera historia. Por eso me debo a ella, porque guarda el secreto.
Me debo a vos, porteña.