En la perrera de uno de los míos, hay un sabueso algo desnutrido,
aun enfermo el pobre, éste no es obsesivo.
No se deja llevar por las carnes desnudas,
ni por las muecas coquetas.
Dejó su instinto perruno para usar la razón.
Tal como aquél, sé que el mundo es cambiante y brusco,
así que no iré tras de tí, pues derrochas amores y por las calles presumes tu piel al sol.
¡Qué lastima!, tu glotonería incesable y tu corazón de barro, me da repugnancia y pavor.