En un valle volaba un fénix,
sigiloso casaba ánimas ocultas
entre las demás criaturas
que en los árboles habitaban,
temían al ave hambrienta
pero ella en su furia las evitaba.
Cerca del valle, desolados hombres
lloraban por hambres del ser.
Gentes angustiadas por la rutina,
por la caminata diaria de la vida.
Allí en ese lugar, para el fénix
era el mejor manjar.
En las ventiscas nocturnas
se veía los rojos de sus plumas.
Amarillos de lumbre
que rodea su hambre,
las almas temerosas
caían en pánicos profundos,
sin despertar al consciente
el fénix devoraba al hombre.
En el amanecer el viento en la aurora
llegaba a las viviendas misterioso
con cenizas que cubrían las muertes
de aquellos que fueron consumidos
en las fauces del fénix.
Vuelve el crepúsculo y su arrebol,
con el arrebato del tiempo
se apaga el esplendor del sol,
los hombres buscan cobijo
en los abismos de la soledad.
En un espacio del cielo
se juntan motas de ceniza,
en silencios susurran sin prisa
los pasos del hambre de muerte.
Un esplendor de sangre aparece,
el fénix en su sed vuelve
por el hombre que le apetece.