¿Cuántos días tu ausencia la conté en silencio
mientras te extrañaba, mientras me dolías?
No lo sé. Aún distante urgaba con aprecio
en mis pensamientos tus recuerdos todavía.
Y fueron mañanas y fueron tardes soleadas
en que te extrañaba y más aún no te tenía.
¡Cómo olvidar que la distancia nos separaba
y nos era una constante en nuestra vida!
Nada hay arcano en nuestro sufrir cotidiano.
Todo nos es involuntariosamente flagelo
por lo cual sufrimos y nos quejamos
sin que la misma ausencia nos dé consuelo.
Ya nada es ha de extrañarnos. El destino
pone todo su firme empeño en castigarnos:
Tú, separada de lo que ahora te es prohibido,
y yo culpable de lo que ha de separarnos.
Pero consuélate y sé feliz, pues te amo,
y para amar no es necesario que me ames.
Me basta solamente el mismo reclamo
del silencio y la distancia cuando me extrañes.
Y cuando tu sonrisa se convierta en mi alegría
y me alcance embelesado en mi silencio
alzaré mis manos y mi oración al cielo
para bendecir tu nombre, tu nombre María.
M