Olvidarse de todo y de todos,
incluso de aquello que se dice nada,
hasta de uno mismo,
del ayuno y la comida,
del amor y sus estragos,
del divino y del adverso,
de los odios y sus prisas,
del lenguaje -en fin- y la palabra...
y morir para nacer de nuevo
en un cristal redondo, embellecido
por el sudor viandante de los hombres
y el fluir de sus lágrimas tempranas,
luego reír, sonreír y estarme quieto
observando al amor viajar sin tiempo...
Olvidarme otra vez de las palabras.