Con un pico, una pala y una hambruna
y una cruel esperanza verdinegra,
va buscando un playero su fortuna
a la sombra del sol y de la luna,
a la luz de la noche oscura, negra.
Bajo el puente un remanso arena integra
y le ofrece el milagro enhorabuena,
allí apuntan sus ojos y le alegra
el pensar que el dolor se desintegra
con su mucha escasez y con su pena.
Allí empieza el playero su faena
bajo el sol calentano del estío,
encorvado hacia el caño que enajena
hunde ansioso su pala entre la arena
que le ofrece del fondo el manso río.
Una gran sensación llena el vacío
que dejara la imagen de aquel puente,
gracias Dios por el pan, calmar el frío,
por llenar con tu amor el amor mío…
y una gota rodó desde su frente.
Se quedó dicha gota allí, silente,
y después de un instante suspendida
descendió sin afán hacia la fuente
y al saltar sobre el agua de repente
una chispa brilló, quedó fundida.
Está, entonces, el alma convertida
en un foso de amor que da cobijo…
y a la luz de la clásica medida
de una gran parihuela ya roída
levantóse ante Dios y lo bendijo.