Arrebatarle la vida a una persona es la tarea más fácil
del mundo. La más fácil y la más detestable. Los aten-
tados están a la orden del día, y por si no fueran pocos,
añádeseles algunos más, que pareciera que no son bas-
tantes. Si no bastara la desgracia de morir calcinado por
el fuego, como ocurriera a más se sesenta personas re-
cientemente en Portugal. Si no fuera suficiente encontrar
la muerte a causa de un lance desafortunado, como aca-
ba de ocurrirle al joven torero español en Francia. O los
pasajeros de este o aquel otro avión... Me vienen a la
memoria, entre los demasiados casos que están ocurrien-
do, por motivos diversos, el del vuelo que por olvido no
fue configurado correctamente y se estrelló saliéndose
de la pista antes de conseguir despegar, con la desgracia
añadida de haber terminado en un riachuelo donde acaba-
ron ahogándose los que también podían haberse salvado.
El otro avión, al que faltaba muy poco para aterrizar y ca-
yó por falta de combustible transportando a todo un equipo
de fútbol brasileño que se disponía a jugar la primera final
a la que conseguía llegar, y que quedó truncada al igual
que tantas vidas de jugadores como de periodistas, aza-
fatas y pilotos. El otro avión, cuyo copiloto en un ataque
de locura se estrelló en los alpes, acabando con las precio-
sas vidas de todos cuantos en él viajaban. Y como les iba
contando al principio, después de tantas muertes por aten-
tados en Francia, Bélgica y em Gran Bretaña, sin olvidar
los casos que han ocurrido en cualquier parte del mundo,
ayer me llegaban dos noticias desgraciadas más. Una, pro-
tagonizada por un hombre de raza blanca que se lanzaba
con un vehículo furgoneta de alquiler contra un colectivo
musulmán que salía en esos momentos de una mezquita.
El resultado: un muerto y varios heridos graves. Lugar Es-
paña. La otra, el acto más cobarde y repugnante de los
que he podido ver: un hombre es pateado y pisoteado sin
piedad por unos supuestos aficionados tras un partido de
fútbol jugado en Brasil. Una auténtica jauría de doce o
quince individuos contra uno solo. Da pena ver como una
persona pierde la vida de esa manera tan cruel e inhuma-
na. Son personas que parecen no haber tenido padres;
son unos desalmados que por corazón llevan una piedra.
Es lamentable que en nuestro planeta existan esas perso-
nas, por llamarles de alguna manera. Me viene ahora mis-
mo a la memoria otro caso en el que un grupo de aficiona-
dos de un equipo lanzaron a otro del equipo contrario a un
río acabando con su vida. Siempre el ataque en manada,
peor que lobos hambrientos. ¿Bajo qué efectos se encuen-
tran estos seres para cometer semejantes delitos? Esa
sí que es la bajeza más grande del ser humano, el compor-
tamiento más deleznable que hay que rechazar y castigar
con toda la dureza de las leyes. No excuso otros comporta-
mientos, como puedan ser otros delitos que todos sabemos
que existen, pero los actos a los que estos seres pueden lle-
gar, no tiene excusa posible. Recién se celebra en Latino-
américa el Día del Padre, y les digo: benditos padres que
nos han enseñado el camino de la bondad, la amabilidad,
educación y el respeto a nuestros semejantes, además de
haberse sacrificado por sus familias, algunos trabajando
honradamente para sacar a su mujer y sus hijos adelante
y darles lo mejor de sí. No sé que padres habrán tenido e-
sos otros, tal vez en algunos casos, padres y madres ejem-
plares, pero estas hienas, ¿llegarán a casarse y tener hijos?
¿Y qué les van a enseñar? ¿Les contarán que un día aplas-
taron la cabeza de un semejante hasta dejarlo sin vida; lo
más valioso de lo que dispone un ser? ¿Habrán llegado a
pensar que esa persona podría ser también un padre al que
esperan una esposa y unos hijos que regrese a su hogar?