Calmados los deseos, la juventud perdida,
la carne sosegada, tranquilo el corazón
iba yo por el mundo buscando la escondida
senda que fue el encanto de Fray Luis de León.
Y de pronto viniste a perturbar mi vida,
a sacudir mis nervios con una crispación,
a dar otra vez brotes a la rama aterida,
ardores a la sangre y aliento a la ilusión.
Y ahora que ya tengo la angustia de no verte
siempre el miedo constante y horrible de perderte
pensar que vas a irte y que no volverás.
Sentir dentro del pecho esta duda que roe
y oír a todas horas aquel cuervo de Poe
que repite implacable… ¡nunca jamás!.