Amalia Lateano

La pulsera de oro- (Prosa poética)

“Mientras veamos al mundo de forma personal estamos atrapados en nuestra propia prisión. La misión consiste en descubrir la constelación personal e individual de los principales personajes que viven en nuestra psique.”

 

 

          Subí al ómnibus y me resonaban las palabras del profesor en la cabeza.

           Me senté  al lado de una mujer obesa y sudorosa. Demasiado producida para ese mediodía infernal.  Debía estar en 30 grados  la temperatura.

        ¡ Para colmo el perfume!  Caro, si Lo reconocí, era uno importado pero  insoportable con el calor y la transpiración.

         Cerré los ojos, no iba a jugar el papel de “victima”,

         Bien sabía que  la tarea cotidiana consiste en auto observarse a sí mismo y en relacionar la forma de sentir, de decir, de vivir cada momento con alguno de  los arquetipos. Pero cómo podía convertir en aliada a esta cosa  grasienta que ocupaba todo el asiento para recuperar mi espíritu  y el poder personal.

De pronto me saludó y me invitó con un paquete de pastillas de menta. La miré y sonreí. Llevaba una gruesa pulsera de oro en su brazo izquierdo. Y ahí comenzó el mayor desafío, escucharla hablar de su marido y de Punta del Este. De su viaje inesperado a San Juan, y que estaba muy cansada.

         Le sonreía, sin responder. Cerré de nuevo los ojos y la vi descuartizada. Todas sus extremidades esparcidas por el pasillo del ómnibus. Y nadie se inmutaba. Es más me vi. a mi misma despatarrada en el  asiento durmiendo cómodamente.

        Una frenada brusca me despertó y retomé el conocimiento. Subió un pasajero. Ella seguía a mi lado. Me ofreció caramelos de limón,  en esta oportunidad y me dijo que se llamaba María Inés. Miré el reloj. Faltaban cuatro horas de viaje. Volví a cerrar los ojos. Y entresueños la vi nuevamente toda despedazada en el pasillo, sangrando profusamente. Pasaron unas horas, y me dejé llevar por mis sueños y mi cansancio. Al final me dormí.

        Un chirrido espantoso y un sacudón me despertaron. La frenada se debía a que el coche atropelló a una señora obesa y sudorosa que al ser arrastrada por el ómnibus estaba destrozada en varias partes.

        La policía, los bomberos y la ambulancia llegaron y  nos retrasamos aún más. Nos hicieron bajar y vi que de la cartera abierta asomaban las pastillas de menta y los caramelos de limón... Busqué el brazo que yacía a un costado del  pavimento, y tenía la misma  y gruesa pulsera de oro....-   

 

 Amalia Lateano

 

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