Sucedió en el feliz tiempo
que los indios adoraban
a la Luna y al sol,
les cantaban y danzaban,
y los dos en sus respuestas
les brindaban protección,
pero un día doliente
el rey sol palideció.
En su rostro con tristeza
la sonrisa se borró.
Nunca hubo en los tiempos
un suceso tan extraño;
tal vez era un augurio.
Y los rostros aterrados
observaban y rogaban
por alguna explicación.
Un gigantesco puma
provisto de enormes alas
usando horribles zarpas
en un acoso terrible
en la inmensidad del cielo
quiso destruir al sol
que era de esas tierras
su bondadoso señor.
Miles de flechas volaron
con la clara intención
de acabar con ese intruso
que atacaba sin piedad
al rey de esas llanuras,
de los montes y los valles,
patrono de las cosechas
y de lo bueno protector.
Flecha certera acertó
y la tan furiosa fiera
cayó sobre los campos
aunque no estaba muerta;
agonizaba rugiendo
en el suelo sacudida
mientras indios temorosos
la miraban desde lejos.
El crepúsculo llegó.
Repuesto de su estupor
recobrada su sonrisa
el sol se fue a ocultar.
El cielo trocó colores
y así, llegadas las sombras
la luna iluminó
desde las hondas negruras.
El puma agonizaba
tendido en sus rugidos
y pidiéndole a la muerte
que acabara su martirio.
La luna compadecida
para acabar su agonía
grandes piedras le arrojaba
para alcanzar a cubrirlo.
Tantas piedras, tantas rocas
vistieron a la llanura
transformándola en sierra,
y una roca se clavó
en la punta de la flecha
que mató al fiero puma,
y ella fue la centinela
por los siglos de los siglos.
Bajo la enorme roca
quedó el espíritu del mal
prisionero, y al ver al sol
de rabia se estremecía
y sus bramidos tremendos
al moverse hacían girar
a la roca suspendida
en la punta de la sierra.
Mas cuenta la tradición
un cuento de enamorados,
causa de la tragedia.
Tandil acusó a Mini
de traición, y se ensañó
condenando a la malvada
a convertirse en roca
y vigilar la monta
- Mini, cuántas traiciones;
será ejemplo tu castigo,
lacerada hasta la muerte
bajo la luz de la luna.
- Ay, Tandil, mi corazón
latirá en el peñasco
conmoviendo a la montaña,
en el correr de los siglos.
El encanto sucedió.
Desafiando al precipicio,
y a los rayos con orgullo,
huracanes, voluntades,
Mini en roca fusionó,
y en una pose arrogante
fue girando por los siglos
en movimiento constante.
Y fue un reto a los vientos
convertida en atalaya
vigilante de los puelches.
Mientras, la luna y el sol
volvieron a las alturas
en su viaje enamorado,
dejando este vergel
a su suerte y abandono.
Montañas, llanuras, ríos,
y toda la creación
quedaron en lsoledad
sin el padre, sin la madre.
La piedra desamparada,
cansada, un día rodó
privándole a su pueblo
del lugar de adoración.
Hoy el sol envía calor
para ayudar a la vida,
la luna brinda su luz
protectora del amor.
Ésta es la tierra del puelche
que habita en estos campos
ésta es la tierra del indio
que vive con su dolor.
(*) Fuente: Leyendas argentinas, de Neli Garrido de Rodríguez, editorial Plus Ultra