Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana.
Y del Universo no estoy seguro.
Albert Einstein
Estar a la misma distancia del cielo
y del infierno.
Sentirse huesped con derecho de
pernada en mundos contradictorios.
Ser rey y villano al mismo tiempo
como el gato de Schrödinger.
Elevarse al multiverso con una
caricia, lo mismo que descender
al Inframundo solo con un gesto
que dibuja un pozo infinito.
Ser hijo de una casualidad que
pudo ser una catástrofe planetaria.
Ser artífices e ideólogos conscientes
de la cuadratura de un círculo que
continúa dando vueltas, siguiendo
las patitas nerviosas de un hamster.
Dejar de ser dioses en un detalle
para volver a serlo al poco, sucesión
infinita de aciertos y errores que
orlan los teatros de títeres que
albergan nuestras fantasías.
Ensalada musical que mezcla notas
de un cromatismo hiriente a unos
y embelesantes a otros, que se
consume sin más aderezo que la
magia que nos baña desde las
estrellas.
Retozar al atardecer en una torre
de marfil de corazones y picas,
de tréboles y rombos que juegan
a vaticinar si vencerá la razón o
la víscera en el Juicio Final.