Toda la tarde cae, se despedaza contra los paraguas y la calle, la luz apenas tiene fuerza y con ella se muere el tiempo, imagino que el mundo queda sólo y nada se mueve, odio el invierno porque juega conmigo, no puedo reconocer como me siento, no estoy triste ni alegre, es un estado de letargo, todo parece estar lejos, siento la amenaza del dolor pero nunca un golpe fulminante… odio el invierno porque parece que arrastra consigo esas escenas melancólicas hasta mis ojos, y las siento en el estómago, es la náusea de lo indefinido.
Este estúpido invierno me devuelve la ausencia de algo y no sé nunca qué es lo que falta, tanto mío se quedó en algún lado y comienzo a sentir que me voy desmembrando, todo me falta y nada tuve.
La lluvia constante, no soporto el frío hace que mis mejores momentos sean una gris acuarela que duele recordar… este estado me abruma, me desgana, me consume, odio todo en invierno, su fuerza me arrastra hasta diluirme en lo incognoscible, todo en mi interior me es ajeno, soy una versión desconocida de mi misma.
Adentro, en una burbuja vaporosa, veo parte de una pequeña habitación, está a varios pisos y hay una ventana grande que da a una ciudad gris, melancólica y elegante, con altos y góticos edificios, como si al final la edad media los hubiese olvidado al esfumarse tras el acontecimiento de América, para recordarnos que todo renacimiento tiene un cimiento y hay cosas que no renacen sólo permanecen... es un invierno reacio y la lluvia embiste la ventana dejando apenas visible la ciudad muerta que la recibe, ella está sentada a la orilla de la ventana con una tasa en la mano, una camiseta blanca sin mangas y una pijama diminuta, como si estuviera en un verano del caribe, se mantiene ahí con su mirada fija a la ciudad, cuando la lluvia merma la veo en la calle, con un paraguas negro y una gabardina, camina despacio disfruta la resistencia del agua sobre los adoquines y sus botas, camina largas horas por la ciudad hasta confundirse con un elemento más del paisaje, de vuelta entra al bistró de la esquina, pide un café y empieza a escribir, todo aquella escena me entristece, pero ella parece disfrutarlo, parece disfrutar la melancolía apabullante del invierno y esa ciudad, una ciudad que no conozco, no tengo referente, una chica sin rostro que sin embargo siento cercana…
Al final no sé si odio el invierno o él me odia a mí.